Movimiento continuo

Nací y crecí en Daimiel, un pueblo de la Mancha. Mi padre era agricultor y mi madre cosía. Nuestra vida discurría al ritmo de la naturaleza; al que imponían las labores agrícolas, la siembra, la cosecha; pero también las estaciones y los tiempos atmosféricos que las caracterizan, con lluvias, vientos y periodos de rigurosa sequía. La economía agrícola es tremendamente dependiente de estos ciclos y particularmente de la disponibilidad o no del agua, un valor natural y necesario aunque no siempre disponible. Es el oro líquido.

En el mundo agrícola los tiempos son otros, las estaciones tienen otro significado, y el ciclo de la vida es algo que se repite una y otra vez, con formas diferentes y ritmos cambiantes. Ciclos de abundancia alternan con otros de escasez, días fríos con días calurosos, periodos en los que se insertan los intereses propios de las personas, de las comunidades que conforman en un lugar y en un tiempo determinados.

Los campos cambian contínuamente  de color, cambian con cada luz de la noche y con cada luz del día, cambian con la humedad del rocío de madrugada, cambian cuando brotan las plantas  y cuando florecen o se secan. Cambios siempre y siempre cíclicos. 

Una realidad ésta que nunca me dejó indiferente. Reflexionar sobre esta sucesión de ciclos me hizo consciente del orden en la naturaleza y me llevó a representar sus tiempos y su contínuo cambio. Y lo hago desde la necesidad de crear algo poético que llegase a emocionar, a mí y a los demás.

Me sirvo, para ello, del uso de distintos materiales, siempre elegidos, rudos y duros unos y más cálidos y suaves otros. La belleza que unos y otros transmiten, particularmente en sus puntos de contraste, me permiten plasmar el ciclo de la vida pasando por delante de mí. 

Con mi trabajo quiero poner de manifiesto los cambios que provoca el paso del tiempo. Mis piezas en movimiento responden a esa necesidad de transmitir la idea de lo distintos que somos en cada momento y en cada circunstancia. Creo en el arte como un espejo de lo que vivimos y somos.

Nuestra percepción, eternamente cambiante, me conecta con el Mito de la Caverna de Platón y resalta nuestra pequeñez, nuestra dependencia de dónde, cuándo y cómo miramos y vemos las cosas.

Los ciclos me llevaron -¿o ya estaban en ellos?- a los territorios fronterizos  a lo que pasa en estos lugares y tiempos que están entre un momento y el siguiente. Las fronteras, como los ciclos, son algo realmente abstracto, algo, también, que a todos nos provoca resonancias particulares. Pasamos de un estado a otro, de un lugar a otro, transitando esas líneas fronterizas, y somos nosotros, con nuestros ritmos, quienes cosen y conectan estos lugares y emociones. ¿Que hay en medio de un país a otro, entre un estado anímico y otro, que sucede entre el día y la noche? Es el ritmo quien conecta un estado con el otro, organiza o teje el intermedio entre los lugares, los tiempos o las emociones. Es el orden, y sus ciclos, quien nos aporta la poesía que necesitamos para vivir las experiencias.

Buscando el orden, me encontré con los ritmos y mi conexión con el hilo y la artesanía me ayudaron a suturarlos. Coso o uno lugares y fronteras, creando lazos de una forma poética, para transitar estos espacios de una forma más amable, pero con la consciencia del tiempo que requieren estos cambios. Mis líneas no son un gesto, son horas, días, vida. Cuando coso, las puntadas hablan del tiempo que necesitamos para vivir las experiencias y la huella que éstas dejan. Trabajo en tramos de vida, la tuya, la mía. 

Los materiales no se eligen por azar. Utilizo el oro por su seducción y su mística, por reflectante y vibrante, pero, también, por ser una medida del valor real que tienen las experiencias, las cosas materiales que nos permiten vivir. Otros materiales que utilizo son el cemento, los metales, el cromo, los espejos, las lentes dicroicas, todos ellos materiales no contaminantes, sostenibles y buenos comunicadores. Pero sobre todo, estos materiales son parte del lenguaje y de los rituales de mi trabajo.