Es cuestión de tiempo 2022

Galeria Lucia Mendoza, Madrid

La luz y la acción de ver van de la mano, pero el tiempo hace que la luz vaya variando e incluso desapareciendo.

A veces, como la luna, la luz que aparece es un reflejo.

La percepción puede ser una ilusión o una imagen real.

Amazonas, madre agua. 12 paneles de fieltro cosido, acrílico y pan de oro. 200 x 900 cm

En el plano eclíptico.. Instalación de 8 circunferencias de distintos barros de alta a 1260º. 40 cm de diámetro

Entre líneas. Instalación de 122 varillas de aluminio colgadas de estructura metálica y 122 varillas clavadas a una estructura de madera. 250 x 160 x 160

La cara visible, 12 piezas de hormigón dorado sobre latón. Medidas variables

Tanganika, Malawi y Victoria. Fieltro cosido, pegado a fiselina y pan de oro.180 x 75 c/u

  • Buzo del tiempo

    Releyendo los textos que he dedicado, en sendos catálogos, al trabajo de Mercedes Lara, uno hace casi dos décadas y otro hace diez años, no puedo sino certificar la que es una limpia línea de coherencia en sus propósitos, cumplida, sin embargo, en modos de actuación muy diferentes entre sí.

    Señalaba en el primero de ellos, “Superficie omnívora, siempre en movimiento”, la voluntad de la artista de ser anfitriona más que huésped del espacio expositivo, lo que equivale a afirmar que, entonces y hoy más acentuadamente aún, cumple con su intención de que las piezas transformen y modifiquen la percepción que el espectador tiene del lugar que ocupan.

    Apuntaba, inmediatamente después, cómo Mercedes Lara invitaba al visitante a un doble paseo físico, el que se desplazaba visualmente por las obras en sí, entonces eminentemente pictóricas, y el obligado deambular por la sala, que abría la visión a sorpresas inesperadas.

    Concluía con una observación que se ha mantenido vigente permanentemente en su labor: “Hay un universo luminoso, que refulge o parpadea tras la tersa consistencia de la urdimbre, cómo si ésta fuese red o jaula cuya malla desborda color”. La luz cual mundo insólito en el que existir.

    Escrito poco más de un lustro después y titulado concretamente “Trozos de luz iluminados”, el segundo texto enumeraba dos constantes de su trabajo: “la importancia decisiva de la luz” y “el carácter expansivo y la amplitud de técnicas ajenas a lo pictórico”, que caracterizaban su producción, a las que añadía, seguidamente, otras dos, igual o incluso más estimables: “la importancia creciente y continuada de la reflexión sobre el espacio y sus inteligentes e intencionadas intervenciones espaciales” –que caracterizaron sus actuaciones en espacios arquitectónicos por sí mismos significativos, como las que hizo en el Espacio Fisac, de Daimiel, su tierra natal, en 2008, y en el Palacio Pimentel de Valladolid, en 2009– y “la incorporación de un nuevo factor que adquiere rango de primacía en su obra, el tiempo, el transcurso dinámico de la visión como denominador común de una experiencia individual de la luz, que ocupa el lugar y que, como el sucederse cronológico, no tiene final predeterminado”.

    “Durante años me ha interesado el tiempo, como concepto, y los cambios que este hace sufrir al espacio. La luz ha sido la forma de interpretar el peso del tiempo, casi siempre cambiante o en movimiento”, escribe la artista.

    *

    En los diez años transcurridos entre aquel segundo texto y la exposición que prologo, Es cuestión de tiempo, se han mantenido incólumes en su atención los rasgos anteriormente mencionados: mutación del espacio, deambulación por el perímetro de las obras, la fascinación por la luz y sus metáforas, el carácter expansivo de sus técnicas, una voluntad creciente de intervención en el lugar, y la asunción del tiempo como ingrediente sustancial del trabajo y sus realizaciones.

    Y se han añadido otros que han enriquecido enormemente sus propuestas.

    En primer término una muy consciente ampliación de su capacidad espacial, como atestiguan los planteamientos hechos en muestras como Anillos de algodón, en el CEART de Fuenlabrada, en 2013, 15º Huso horario, ese mismo año en el Horno de la ciudadela de Pamplona, o la impresionante escenografía Por el camino viene creada con 60 cuencos de acero iluminados desde dentro, con un sistema de goteo que deja caer gota a gota en cada uno de los cuencos en la penumbra tenuemente iluminada de la iglesia de San Blas de Almagro en 2017.

    En cada una de esas ocasiones citadas, e incluso ya en aquella primera suya de 2005, Interferencias, las instalaciones asumen una mayor carga de dramatización y con ella, como veremos más adelante, una densidad narrativa que afecta de modo natural a los contenidos.

    Ampliación espacial que ha empujado a que su exposición anterior en la galería, Habitando el proceso, 2019, y ésta, Es cuestión de tiempo, se configuren como instalaciones que ocupan el espacio total de la sala, que interrelacionan las obras entre sí y convocan al visitante a una experiencia que más procede de una visión de campo general que de la singularidad de cada pieza individual.

    Así, por ejemplo, los tres telones de fieltro cosido y tocados por pan de oro que aluden a tres de los grandes lagos africanos, Victoria, Tanganica y Malawi se diferencian de un obra cartográfica precedente, Amazonas, madre agua, en que ésta se presenta bajo la figura normalizada del cuadro, y su composición ordenada en polípticos, mientras que los fieltros se abren al espacio primero de la sala, lo ocupan suspendidos y colgantes de las vigas del techo y caen cual sólidas cascadas reverberantes, confrontando el brillo del pan de oro con la densidad absorbente del fieltro, surcado por tenues vetas de aguas de colores.

    Aún y así, Amazonas, madre agua, se adapta a la sala en que se expone, y actúa más que como pintura propiamente dicha como instalación en la que los paneles envuelven al espectador.

    La intalación realizada en 2019 en Habitando el proceso utilizando porcelana de Limoges y chafa de plata pendiente de estructura vibrante, tiene su paralela en Es cuestión de tiempo en Entre líneas, varillas de aluminio que cuelgan de esa misma estructura vibrante y varillas que surgen del suelo, haciendo frontera a la percepción de la línea que abren. Y siempre a la búsqueda de la luz. La diurna y brillante de la porcelana y plata de aquella, se asoma en ésta a esa franja intermedia donde aún este no ha acabado el día y la noche no ha empezado todavía.

    A través de la barrera de las varillas vislumbramos parte de las piezas que componen En el plano eclíptico, esferas de distintos barros de Gres y porcelanas dispuestas sobre el suelo, que, a su vez, conviven con las que componen La cara visible.

    Haré referencia, por último, a ésta, a La cara visible, en la que las piezas que la integran, realizadas en hormigón, se diseminan por las paredes de la sala interior y mediante un doblez esconden una superficie cubierta de pan de oro cuyo reflejo muta el espacio del lugar en un lugar otro, construido por la delicadeza de la luz.

    La luz, ingrediente sustancial de todo su trabajo desde los inicios de su obra madura, ha mutado. Hace una década los objetos –cajas de metacrilato, composiciones de hilos de algodón, triángulos de hilos luminiscentes, etc.– contenían y emitían luz coloreada. Actualmente es el reflejo, la luz rebotada de una superficie a otra, la que le interesa y la que determina la disposición mural de las piezas o el juego de las varillas de aluminio.

    Un rasgo que ha caracterizado casi desde el principio mismo de su trayectoria el trabajo de Mercedes Lara es la diversidad, riqueza y, por así decirlo, extrañeza de los materiales de los que se sirve en la elaboración de sus obras. En un principio fueron los hilos coloreados, los vinilos de colores, las lámparas de porcelana o papel; más adelante las lentes dicroicas, los relieves hechos con diferentes tejidos, el fieltro cosido, la porcelana, los prismas de cristal, el hormigón…

    “Utilizo el hormigón” –escribe– “como material donde se utiliza la tierra y el cemento y como aglutinante y pieza clave el agua. La porcelana como material donde se utiliza la tierra y el agua y como aglutinante y pieza clave el fuego. El metal y el cristal, que los da la tierra. El cristal que utiliza también el fuego con esmalte y nos dará la lente dicroica. Y por último el fieltro que es un material sacado de la lana y manufacturado por el hombre y su cultura”.

    L cierto es que ha experimentado lentamente una progresiva sobriedad ante los mismos, no reduciendo sus posibilidades, sino centrándolas de manera que con menos obtiene ahora los mismos o mejores resultados. Así, en esta exposición, los materiales fundamentales son el fieltro cosido, el pan de oro, el aluminio, el barro y la porcelana y el hormigón.

    Destacaría, además, su austeridad cromática, diferenciada de la prolija variedad de la que antes gustaba, lo que, en muchas de las obras, la aproxima más a la escultura o a sus principios que a la constante pictórica. En ese sentido, su propuesta la acerca a las de su admirado Edmund de Waal, quien emplaza sus piezas de alfarería cómo instalaciones en el espacio de la galería, resaltando su monocromía, generalmente en blanco. Si de Waal vincula sus obras a la historia y avatares del lugar donde expone, Mercedes Lara, como veremos, lo hace relacionándolas con los fenómenos físicos, astronómicos y de medida del tiempo.

    Porque un tercer, y último en el análisis, rasgo diferencial de su trabajo es el progresivo enriquecimiento y, como hemos apuntado, la densidad narrativa que ha adquirido en los últimos años.

    Una primera pista pueden dárnosla los títulos que ha dado a las muestras dedicada a uno de sus principales motivos de reflexión, el tiempo, su transcurrir, la noción misma que tenemos de él:“Tempus Ait” (El tiempo habla), La distancia del tiempo, En el tiempo, 15º, Huso Horario, Es cuestión de tiempo.

    Me fijaré ahora en 15º, Huso Horario obra en la que conjuga sus intereses respecto al movimiento, el tiempo y el cambio con una argumentación tan sencilla como perceptible de las implicaciones que una decisión racional conlleva y de su dependencia, en última instancia, de la economía mundial.

    “La tierra se divide en veinticuatro áreas que se definen como tiempo universal coordinado” –explica la artista– “y viene a corregir el problema de sincronizar los relojes al mismo tiempo solar medio.

    A mi me interesa desde un punto de vista plástico, de tal forma que he trabajado sobre unas lámparas de porcelana iluminadas en su interior con una luz amarilla que se encienden y apagan a mi antojo, he grabado varias secuencias en un driver donde siempre se encienden 12 de las lamparitas y siempre hay 12 apagadas y se van cambiando, iluminando así todo el mundo. Es un bucle que se repite y que cada cambio viene a durar unos cinco minutos”.

    En otros casos, como Cartografías de pasión, ajenas a la argumentación precedente sobre el tiempo, aúna biografía personal y conocimiento de una provincia, la de nacimiento de su hija Bárbara, Cantón, en China, con el calmoso tejer y dibujar las líneas de relieve del terreno. Una vez más construye espacios pletóricos de significado.

    En Es cuestión de tiempo aborda, cuando menos, dos temas fundamentales.

    El más evidente se vincula a su fascinación por los elementos naturales y se concreta en la alarma por el profundo deterioro hídrico que experimenta el planeta y que Mercedes Lara sustancia tanto en el rio Amazonas como, más específicamente, en tres de los grandes lagos africanos sometidos a un mayor peligro, Victoria, Tanganica y Malawi.

    Esta preocupación, pensada de modo diferente, fue objeto en 2016 de una exposición por así decir monográfica, H2O, en su ciudad de nacimiento, Daimiel.

    El Victoria, considerado el segundo lago de agua dulce más grande del mundo y fuente del Nilo ha visto la desaparición de más de 200 especies por la introducción de la perca del Nilo y la entrofización de sus aguas por el vertido de residuos fecales, domésticos e industriales.

    El segundo más grande de la Tierra en volumen es el Tanganica, de los más afectados por el calentamiento global y por el ascenso a la superficie de las aguas anóxicas, que deja a los peces sin más opción que huir o morir.

    Por último, el Malawi, cuarto lago del mundo, es un lago meromíctico, sus capas de agua no se mezclan, lo que reduce drásticamente su límite anóxico.

    Es importante señalar que cientos de miles de seres humanos obtienen su aporte proteínico de la pesca en esas aguas dañadas.

    La resolución de Mercedes Lara son tres tapices, dedicado cada uno a uno de los lagos, cuyo perímetro ha sido dibujado y cubierto de pan de oro, símbolo de la riqueza que atesoran y ofertan –y paradójicamente síntoma de la explotación que los destruye por mor de la codicia–. Los reflejos del sol en el agua, y el pausado coser de líneas de colores, como un dibujar lento, que surcan la superficie restante. Un modo de cantarle a la geografía.

    El segundo tema argumental que encara en La cara visible y En el plano eclíptico tiene que ver tanto con la transición de la luz entre el día y la noche, como con las fases de la Luna y con un concepto astronómico, la Eclíptica, es decir, el círculo máximo de la esfera celeste, que forma ángulo con el Ecuador y señala el curso aparente del Sol durante el año. La oblicuidad de la Eclíptica determina las estaciones. De hecho, en el momento en que redacto estas líneas los planos del Ecuador y la Eclíptica se cortan en el Punto Aries, en el inicio de la primavera en el Hemisferio Norte.

    Ambos aspectos se resuelven en un doble juego de objetos –esferas de barros de Gres y porcelanas y piezas de hormigón doblado y dorado en su cara libre– dispuestas las primeras sobre el suelo y las segundas colgadas de la pared, alusión a los planetas y al sistema solar, al viaje de la Tierra alrededor del Sol y al de la Luna alrededor de la Tierra. Cuestiones de tiempo.

    *

    Hace ahora también una veintena de años redacté un texto para el catálogo de la exposición, comisariada por Alicia Murría, titulada El ruido del tiempo, que a mi vez titulé con una expresión de Emil Cioran, “Buzo del tiempo”, una imagen que el filósofo relacionaba con la metáfora del “Tiempo (como) sucedáneo metafísico del mar” y que, como no podía ser menos en su desolada visión del existir acompañaba de una sentencia terrible: “La sensibilidad por el tiempo es una forma difusa del miedo”.

    Me atrevo ahora a retomar aquel título y encabezar con él estas notas en la certeza de que Mercedes Lara ha escapado de la máxima de Ciorán y se ha aproximado al éxtasis de Ptolomeo quien afirma: “Sé que soy mortal, y que he nacido para durar un día, pero cuando sigo la compacta multitud de las estrellas en su curso circular, mis pies no tocan ya la tierra y asciendo hasta el mismo cielo para regalarme con ambrosía, el alimento de los dioses”.

    Mariano Navarro

    Primer día de Primavera de 2022

Anterior
Anterior

Estación total, 2023

Siguiente
Siguiente

Gèographie Lumineuse, 2022